La ciudad de Oaxaca de Juárez, además de su cuidada arquitectura que data de los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX, posee una de las gastronomías más ricas de México y del mundo. Allá llegamos el lunes en la noche. Por haber viajado en la tarde, no habíamos comido. Nos dimos la bienvenida a la ciudad comiendo algunas de las delicias de allá. Junto con un mezcal Tobalá, saboreado con sal de gusanito -gusano del agave-, escogí y me deleite con un estofado almendrado, exquisito.
El martes, entre una sesión de trabajo y otra, fuimos a comer en grupo. Compartimos el deleite con moles: Coloradito, verde, negro y estofado, otra vez. De postre, nieve de leche quemada con tuna, blanco y rojo, rojo intenso, camín. Un banquete.
Ayer nos preparamos para el regreso. Fuimos al mercado, cuyo edificio data de 1895 según dice en una de sus fachadas, a proveernos de esas delicias que solo haya allá: Chapulines -pequeños saltamontes guisados al mojo de ajo-, tlayudas -grandes tortillas de maíz-, quesillos -quesos de hebra-, quesos frescos y chocolate, éste recien molido y cuya formula uno puede diseñar con las cantidades de cacao, azucar, almendras y canela como guste. Además café de Pluma Hidalgo, de los mejores del mundo.
Nos trajimos algunos de los sabores de Oaxaca, para alimentar nuestra nostalgia de esa tierra que sigue con una calma solo aparente, pués subyacen conflictos que algún día podrán resolverse en beneficio de las mayorías. Ya se verá.